El lenguaje de Eichmann en Jerusalén

„Ninguno de nosotros sabe ya cómo tomar las cosas. Hasta ahora, las noticias sobre el Terror (Ana Frank lo escribe así, con mayusculas) nos llegaban con cuentagotas“. Luego de esconderse junto a su familia en un altillo en Amsterdam, escapando del horror, Ana Frank fue enviada al campo de concentración nazi de Auschwitz el  2 de septiembre de 1944. Luego fue trasladada, sola, ya separada de su familia, a otro campo de concentración y exterminio, (Bergen-Belsen), donde finalmente murió, en 1945. El horror inenarrable (que ella, con tan pocos años, tuvo el coraje de poner en palabras) vivido por Ana Frank en Holanda y Alemania es un símbolo agónico del horror vivido por millones de seres humanos torturados, hacinados, quemados. El Holocausto. El Ministro de educación argentino resumió en la casa que lleva su nombre en Holanda, el Holocausto, con una vergonzosa frase, que lo niega y banaliza.

La mejor respuesta al vergonzoso gaffe del Ministro Esteban Bullrich en Holanda la puede dar la propia Ana Frank, cuyo diario indudablemente el ministro argentino jamás leyó, ya que si lo hubiera hecho, como pretendió su padre al publicarlo, Otto Frank, único sobreviviente, se hubiera compenetrado con el horror que trasunta aquellas páginas inocentes, de una chica asesinada a los quince años, (no solo cuyos „sueños“ quedaron truncos, toda una generación, un continente y una vida fueron „truncados“) hubiera repensado mejor la frase de ocasión -que sólo puede zaherir- que estaba diciendo:

Hoy no tengo que anunciarte más que noticias tristes y deprimentes. Nuestros muchos amigos judíos son poco a poco embarcados por la Gestapo, que no anda con contemplaciones; son transportados en furgones de ganado a Westerbork, un gran campo para judíos, en Drente. Westerbork debe ser una pesadilla: un solo lavabo cada cien personas, y faltan retretes. La promiscuidad es atroz. Hombres, mujeres y niños duermen juntos. Imposible huir. La mayoría está marcada por el cráneo afeitado, y muchos, además, por su tipo judío. Si eso sucede ya en Holanda, ¿qué será en las regiones lejanas y bárbaras de las que Westerbork no es más que el vestíbulo? Nosotros no ignoramos que esas pobres gentes serán exterminadas. La radio inglesa habla de cámaras de gas. Después de todo, quizá sea la mejor manera de morir rápidamente. Eso me tiene enferma“. Lo que Ana Frank, desde un altillo cerrado no ignoraba, es aquello que, en el siglo XXI, en el museo que lleva su nombre, parece ignorar el Ministro de Educación argentino.

„Sin embargo, no puedo dejar de decirte que cada vez me siento más abandonada, que noto que el vacío crece a mí alrededor. Todo el mundo tiene miedo.“ Prosigue Ana Frank en su diario: „Los niños pasean por aquí vestidos con camisa y zuecos, sin abrigo, ni gorra, ni calcetines, y nadie acude en su ayuda. No tienen nada en el vientre, y, royendo una zanahoria, abandonan sus casas frías para salir al frío, y llegar a una clase más fría aún. Muchos niños detienen a los transeúntes para pedirles un trozo . de pan. Holanda ha llegado a eso. Podría seguir durante horas hablando de la miseria acarreada por la guerra, pero eso me desalienta todavía más. No nos queda sino aguantar y esperar el término de estas desgracias. Judíos y cristianos esperan, el mundo entero espera… y muchos esperan la muerte.“

La infamia del Ministro es de tal gravedad que solo le quedaría un camino en un país digno y serio: presentar la renuncia. Banalizar el horror vivido (un ministro de educación que banaliza el genocidio nazi) por Ana Frank no debe engañarnos: es un espejo del negacionismo argentino, de hecho sucede en ese mismo marco, apenas horas después de la marcha del 24 de marzo. Las declaraciones vergonzantes de Bullrich en Holanda, en el museo Ana Frank, no son sino el discurso zahiriente sobre el „pasado“ que el gobierno replica en el país (y desestiman rápidamente las pobres pero rimbombantes intenciones del secretario Avruj, que dijo -en el mismo evento que Argentina hacia un papelón- que el país „vuelve a encabezar la lucha por los derechos humanos“, confesando, de paso, que la abandonó en algún momento; negando ese mismo horror en nombre de la „unidad“ y la „tolerancia“. (Si el „abandono“ fue precisamente la política de memoria, verdad y justicia que nos granjeó reconocimiento internacional, la inversión no podría ser más fuerte: la banalización del horror „nos devuelve al mundo…“) Es la misma retórica. No hay novedad. Lo que sucede es que al sacarlo del foco argentino, esos argumentos de impunidad y malicia de las declaraciones (Loperfido, Avelluto, Bullrich) nos sorprenden todavía mas. Porque nos permiten ver mejor lo que sucede en la cultura argentina, en nuestro propio suelo. Cuando Avelluto reivindica en Twitter los fusilamientos de la revolución libertadora, o Loperfido relativiza, como Bullrich en Holanda, la cifra de desaparecidos, aspiran, en suma, a una sola cosa, a minimizar el horror vivido en el país, triste forma de negarlo. Replicar esta retórica negacionista en Holanda expone los agujeros de la retórica oficial en Argentina, que busca –según dicen- desnudar el „relato“. En nombre de no se sabe cual „verdad“. La única verdad completa la escribió Rodolfo Walsh, el único escritor valiente que lanzo a la dictadura, cuando todos callaban, una carta que los medios no tenían el coraje de escribir. Walsh murió por eso. Pago con su vida su deber de informar a la sociedad. Los cómplices (que entonces callaron cuando tenían el deber de hablar), que continúan vivos, impugnan hoy su pensamiento. Y tienen el descaro de banalizan el horror nazi, como demostrando que la negación del proceso les queda „corto“. Que son capaces de ir por más en su lucha contra los „negocios“ (en un gobierno que reivindica los negocios y firma acuerdos comerciales y de intercambio cultural, precisamente) en derechos humanos. Avelluto reivindica en twitter los fusilamientos de la libertadora y es ministro de cultura. Bullrich minimiza el Holocausto, y es ministro de educación.  Hay una linea. Tal vez esos ministros argentinos deberían aprender de la corona de Holanda que impidió nada menos que al padre de la actual reina Maxima asistir a su casamiento. Avelluto podría dirigir sus argumentos conciliador-negacionistas, junto a los de Bullrich y Loperfido, banalizador y negacionistas respectivamente, a la corona de Holanda.

En un país serio Esteban Bullrich debería renunciar. En la Argentina, es ministro de educación. Nada menos. Insultar la memoria de Ana Frank banalizando, con una frase zahiriente, el horror vivido por ella en un altillo en Holanda (la casa de atrás) es motivo más que suficiente para demandar una renuncia.

La ignorancia es la base del mal. Y la peor cara del mal es, como escribió Hannah Arendt, cuando se lo banaliza. En este sentido, las declaraciones de Bullrich son aun más graves que el negacionismo-minimización del Proceso que hace Loperfido, porque no reniegan (Loperfido y Avelluto), con todo, de la gravedad de lo que sucedió, cosa que si sucede con las declaraciones lisongeras de Bullrich, que van un paso más adelante: ignoran el mal. Avelluto y Loperfido no lo ignoran: lo discuten. Bullrich directamente lo ignora, que es peor. Lo banaliza. Agraviar la memoria -banalizando el dolor, banalizando las circunstancias del horror nazi- de un chico es lo más bajo que puede “caer” un Ministro de educación. Y esa sí que es una “caída” de la educación pública. La más baja. Por algo el propio ministro no quiso divulgar el libro de Ana Frank en las escuelas de la ciudad de Buenos Aires. Porque en toda la línea se viene gestando un trabajo de negación de la memoria. El lenguaje retórico que emplea Bullrich en Holanda no es casual. Es un producto rigurosamente buscado, un gesto estudiado, que en esa ocasión, por la distancia, se nos vuelve más visible. Más terrible. Más claro. Su lenguaje es el lenguaje de Eichmann en Jerusalén.

(Dijo Hannah Arendt, que „La incapacidad de Eichmann para pensar por sí mismo fue ejemplificada por su uso constante de “frases hechas y clichés autoinventados”, demostrando una falta agobiante de habilidades de comunicación a través de la dependencia de “lenguaje burocrático” (Amtssprache) y eufemístico de la Sprachregelung ) Frases hechas, clichés autoinventados, remarca Arendt durante el juicio. Cualquier coincidencia con el lenguaje político-(el marketing político) argentino contemporáneo (“frases hechas, y clichés autoinventados”), no es un accidente. Es una negación. El lenguaje de Bullrich es el lenguaje de Eichmann en Jerusalén: frases hechas y clichés autoinventados. Un lenguaje que infama la historia de Ana Frank. Su sufrimiento. Su historia. Su vida. Su dolor. Su palabra. Su sola presencia.  

Ana Frank

Ana Frank

Desde Alemania

 „Ninguno de nosotros sabe ya cómo tomar las cosas. Hasta ahora, las noticias sobre el Terror (Ana Frank lo escribe así, con mayusculas) nos llegaban con cuentagotas“. Luego de esconderse junto a su familia en un altillo en Amsterdam, escapando del horror, Ana Frank fue enviada al campo de concentración nazi de Auschwitz el  2 de septiembre de 1944. Luego fue trasladada, sola, ya separada de su familia, a otro campo de concentración y exterminio, (Bergen-Belsen), donde finalmente murió, en 1945. El horror inenarrable (que ella, con tan pocos años, tuvo el coraje de poner en palabras) vivido por Ana Frank en Holanda y Alemania es un símbolo agónico del horror vivido por millones de seres humanos torturados, hacinados, quemados. El Holocausto. El Ministro de educación argentino resumió en la casa que lleva su nombre en Holanda, el Holocausto, con una vergonzosa frase, que lo niega y banaliza.

La mejor respuesta al vergonzoso gaffe del Ministro Esteban Bullrich en Holanda la puede dar la propia Ana Frank, cuyo diario indudablemente el ministro argentino jamás leyó, ya que si lo hubiera hecho, como pretendió su padre al publicarlo, Otto Frank, único sobreviviente, se hubiera compenetrado con el horror que trasunta aquellas páginas inocentes, de una chica asesinada a los quince años, (no solo cuyos „sueños“ quedaron truncos, toda una generación, un continente y una vida fueron „truncados“) hubiera repensado mejor la frase de ocasión -que sólo puede zaherir- que estaba diciendo:

Hoy no tengo que anunciarte más que noticias tristes y deprimentes. Nuestros muchos amigos judíos son poco a poco embarcados por la Gestapo, que no anda con contemplaciones; son transportados en furgones de ganado a Westerbork, un gran campo para judíos, en Drente. Westerbork debe ser una pesadilla: un solo lavabo cada cien personas, y faltan retretes. La promiscuidad es atroz. Hombres, mujeres y niños duermen juntos. Imposible huir. La mayoría está marcada por el cráneo afeitado, y muchos, además, por su tipo judío. Si eso sucede ya en Holanda, ¿qué será en las regiones lejanas y bárbaras de las que Westerbork no es más que el vestíbulo? Nosotros no ignoramos que esas pobres gentes serán exterminadas. La radio inglesa habla de cámaras de gas. Después de todo, quizá sea la mejor manera de morir rápidamente. Eso me tiene enferma“. Lo que Ana Frank, desde un altillo cerrado no ignoraba, es aquello que, en el siglo XXI, en el museo que lleva su nombre, parece ignorar el Ministro de Educación argentino.

„Sin embargo, no puedo dejar de decirte que cada vez me siento más abandonada, que noto que el vacío crece a mí alrededor. Antes, las diversiones y los amigos no me dejaban tiempo para reflexionar a fondo. En la actualidad, tengo la cabeza llena de cosas tristes, tanto a propósito de los acontecimientos como por mí misma“. „Esta mañana me he sentido nuevamente conmovida por todo lo que sucede, de manera que me fue imposible acabar nada en forma conveniente. El terror reina en la ciudad. Noche y día, transportes incesantes de esas pobres gentes, provistas tan solo de una bolsa que llevan al hombro y un poco de dinero. Estos últimos bienes les son quitados en el trayecto, según dicen. Se separa a las familias, agrupando a hombres, mujeres y niños. Los niños, al volver de la escuela, ya no encuentran a sus padres. Las mujeres, al regresar del mercado, hallan sus puertas selladas; se encuentran con que sus familias han desaparecido. También les toca a los cristianos holandeses: sus hijos son enviados obligatoriamente a Alemania. Todo el mundo tiene miedo.“ Prosigue Ana Frank en otra entrada de su diario: „Los niños pasean por aquí vestidos con camisa y zuecos, sin abrigo, ni gorra, ni calcetines, y nadie acude en su ayuda. No tienen nada en el vientre, y, royendo una zanahoria, abandonan sus casas frías para salir al frío, y llegar a una clase más fría aún. Muchos niños detienen a los transeúntes para pedirles un trozo . de pan. Holanda ha llegado a eso. Podría seguir durante horas hablando de la miseria acarreada por la guerra, pero eso me desalienta todavía más. No nos queda sino aguantar y esperar el término de estas desgracias. Judíos y cristianos esperan, el mundo entero espera… y muchos esperan la muerte.“

La infamia del Ministro es de tal gravedad que solo le quedaría un camino en un país digno y serio: presentar la renuncia. Banalizar el horror vivido (un ministro de educación que banaliza el genocidio nazi) por Ana Frank no debe engañarnos: es un espejo del negacionismo argentino, de hecho sucede en ese mismo marco, apenas horas después de la marcha del 24 de marzo. Las declaraciones vergonzantes de Bullrich en Holanda, en el museo Ana Frank, no son sino el discurso zahiriente sobre el „pasado“ que el gobierno replica en el país (y desestiman rápidamente las pobres pero rimbombantes intenciones del secretario Avruj, que dijo -en el mismo evento que Argentina hacia un papelón- que el país „vuelve a encabezar la lucha por los derechos humanos“, confesando, de paso, que la abandonó en algún momento; negando ese mismo horror en nombre de la „unidad“ y la „tolerancia“. (Si el „abandono“ fue precisamente la política de memoria, verdad y justicia que nos granjeó reconocimiento internacional, la inversión no podría ser más fuerte: la banalización del horror „nos devuelve al mundo…“) Es la misma retórica. No hay novedad. Lo que sucede es que al sacarlo del foco argentino, esos argumentos de impunidad y malicia de las declaraciones (Loperfido, Avelluto, Bullrich) nos sorprenden todavía mas. Porque nos permiten ver mejor lo que sucede en la cultura argentina, en nuestro propio suelo. Cuando Avelluto reivindica en Twitter los fusilamientos de la revolución libertadora, o Loperfido relativiza, como Bullrich en Holanda, la cifra de desaparecidos, aspiran, en suma, a una sola cosa, a minimizar el horror vivido en el país, triste forma de negarlo. Replicar esta retórica negacionista en Holanda expone los agujeros de la retórica oficial en Argentina, que busca –según dicen- desnudar el „relato“. En nombre de no se sabe cual „verdad“. La única verdad completa la escribió Rodolfo Walsh, el único escritor valiente que lanzo a la dictadura, cuando todos callaban, una carta que los medios no tenían el coraje de escribir. Walsh murió por eso. Pago con su vida su deber de informar a la sociedad. Los cómplices (que entonces callaron cuando tenían el deber de hablar), que continúan vivos, impugnan hoy su pensamiento. Y tienen el descaro de banalizan el horror nazi, como demostrando que la negación del proceso les queda „corto“. Que son capaces de ir por más en su lucha contra los „negocios“ (en un gobierno que reivindica los negocios y firma acuerdos comerciales y de intercambio cultural, precisamente) en derechos humanos. Avelluto reivindica en twitter los fusilamientos de la libertadora y es ministro de cultura. Bullrich minimiza el Holocausto, y es ministro de educación.  Hay una linea. Tal vez esos ministros argentinos deberían aprender de la corona de Holanda que impidió nada menos que al padre de la actual reina Maxima asistir a su casamiento. Avelluto podría dirigir sus argumentos conciliador-negacionistas, junto a los de Bullrich y Loperfido, banalizador y negacionistas respectivamente, a la corona de Holanda.

En un país serio Esteban Bullrich debería renunciar. En la Argentina, es ministro de educación. Nada menos. Insultar la memoria de Ana Frank banalizando, con una frase zahiriente, el horror vivido por ella en un altillo en Holanda (la casa de atrás) es motivo más que suficiente para demandar una renuncia.

La ignorancia es la base del mal. Y la peor cara del mal es, como escribió Hannah Arendt, cuando se lo banaliza. En este sentido, las declaraciones de Bullrich son aun más graves que el negacionismo-minimización del Proceso que hace Loperfido, porque no reniegan (Loperfido y Avelluto), con todo, de la gravedad de lo que sucedió, cosa que si sucede con las declaraciones lisongeras de Bullrich, que van un paso más adelante: ignoran el mal. Avelluto y Loperfido no lo ignoran: lo discuten. Bullrich directamente lo ignora, que es peor. Lo banaliza. Agraviar la memoria -banalizando el dolor, banalizando las circunstancias del horror nazi- de un chico es lo más bajo que puede “caer” un Ministro de educación. Y esa sí que es una “caída” de la educación pública. La más baja. Por algo el propio ministro no quiso divulgar el libro de Ana Frank en las escuelas de la ciudad de Buenos Aires. Porque en toda la línea se viene gestando un trabajo de negación de la memoria. El lenguaje retórico que emplea Bullrich en Holanda no es casual. Es un producto rigurosamente buscado, un gesto estudiado, que en esa ocasión, por la distancia, se nos vuelve más visible. Más terrible. Más claro. Su lenguaje es el lenguaje de Eichmann en Jerusalén.

(La incapacidad de Eichmann para pensar por sí mismo fue ejemplificada por su uso constante de “frases hechas y clichés autoinventados”, demostrando su visión del mundo irreal y la falta agobiante de habilidades de comunicación a través de la dependencia de “lenguaje burocrático” (Amtssprache) y eufemístico de la Sprachregelung que hizo que la aplicación de las políticas de Hitler fuera “de alguna manera aceptable”) Frases hechas clichés autoinventados, remarca Arendt durante el juicio. Cualquier coincidencia con el lenguaje político-(el marketing político) argentino contemporáneo (“frases hechas, clichés autoinventados”), no es un accidente. Es una negación. Y un resultado. De Hannah Arendt a Durán Barba (que elogió a Hitler hace pocos meses) no hay una distancia tan grave como se cree. No es la distancia lo que los define. Son sencillamente, (como hasta Elisa Carrió ya se dio cuenta) los dos extremos morales. El bien y el mal, la sustancia y la banalización, la ética y el marketing político. La moral de un lado, la propaganda-envase del otro. El lenguaje poético (la poesía de Celan) de un lado, el marketing evanescente y los globos de colores -puede caer más bajo la educación política, la cultura misma- del otro. No es un accidente. Los globos amarillos -la banalización constante del pasado argentino- son la frase de Bullrich en la casa de Ana Frank. Conducen a eso. Son ese lenguaje. Un lenguaje que no muestra, reniega.Un lenguaje que oculta. Miente. Infamia. Infama la historia de Ana Frank. Su sufrimiento. Su lenguaje. Su voz. Su vida. Su historia. Su dolor. Su sola presencia.